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Esta vieja, nueva izquierda latinoamericana

06 de Septiembre de 2016 a las 18:11

Angel Alvarez

Por: Angel E. Alvarez, PhD 

TORONTO.- El socialismo del siglo XXI surgió a comienzos del siglo y se expandió con enorme vitalidad en las democracias de Centro y Sur América. El movimiento, impulsado por Hugo Chávez desde Venezuela luego de su breve salida forzosa del poder, en 2002, se vincula a la izquierda más tradicional del Partido Socialista Chileno, el sandinismo, el Partido de los Trabajadores de Brasil, el Frente Amplio de Uruguay y el peronismo de izquierda. Pese a su diversidad, como muchos otros grupos y partidos miembros del Foro de Sao Paulo, estos partidos compartían tres elementos: en primer lugar, un bien acendrado discurso anti-imperialista y la reivindicación de la Cuba de Fidel como el emblema de la resistencia anti-yanqui. En segundo lugar, un fuerte anti-militarismo justificado por las infames violaciones a los derechos humanos de demócratas de todas las posturas por dictaduras que, en muchos casos, fueron abiertamente respaldadas por las agencias de seguridad y el Departamento de Estado de los Estados Unidos, en medio de un gran silencio de casi todos los demás países democráticos. En tercer lugar, una motivación más emocional que una propuesta estructurada, de inspiración marxista-leninista, sobre la reivindicación de los pobres a quienes veían como víctimas de una doble opresión: la de los patronos capitalistas y las de los políticos tradicionales y corruptos impulsores de los ajustes neoliberales de los noventa. La agenda izquierdista recibe un gran impulso desde Caracas y se traduce en éxitos electorales en la vasta mayoría de los países de la región. La promesa de cambio social y político por medios electorales se convirtió en esperanza para los más pobres y en ilusión para la izquierda mundial.
 

Hoy la esperanza se debilita y la ilusión se desvanece. Los pobres siguen siendo pobres y la desigualdad es creciente. Aunque compensados en su pobreza por algunas políticas sociales efectivas como las implementadas en Brasil y dependientes en otros casos, como el venezolano, de redes clientelares montadas desde gobierno, siguen sufriendo grandes inequidades. El capitalismo sigue moderadamente gozando de buena salud en casi todos los países de la región. Venezuela, el único que basado a su inmensa renta petrolera desmonto la economía privada, sufre hoy una devastadora crisis vista económica y social.
 

La corrupción tradicional –la apropiación privada de dineros y bienes públicos, no ha disminuido significativamente. Nuevas formas de corrupción han emergido y la más peligrosa de todas es la del crimen organizado que penetra las instituciones, especialmente pero no solo aquellas del poder judicial y de la policía. La violencia y la inseguridad son problemas graves potenciados por la impunidad que promueven las organizaciones criminales.
 

Cuba, el emblema del anti-imperialismo, pacta su subsistencia con pragmática inelegancia con su enemigo histórico, que tiene los ojos puestos en las oportunidades de negocio que se abren en un país detenido en el tiempo. Un paraíso potencial para el real estate y la hotelería, con una clase trabajadora educada pero muy mal remunerada, sin organización sindical independiente y dispuesta a todo para sobrevivir, le abre sus puertas a la inversión privada estadounidense.
 

Los líderes del socialismo del siglo XXI han fallecido, perdido el poder o flaquean políticamente. Correa, el menos desafortunado de todos, quien no ha alterado significativamente el modelo económico impulsado por los neoliberales que le precedieron, tiene la suerte de seguir enfrentado a una oposición muy fragmentada. Pero es evidente que el presidente de Ecuador ha perdido apoyo popular especialmente entre los indígenas. Morales, que hasta ahora no ha sido protagonista de escándalos demasiado vergonzosos, perdió sin embargo el referéndum sobre su reelección. Aun pretende conservar el poder, pero ya no tiene viento de popa. Daniel Ortega se despoja de ropaje democrático y usurpa el poder legislativo en Nicaragua. La izquierda brasileña y su icono, el Presidente Lula Da Silva, esta embarrada en los lodos de la corrupción política endémica. Su protegida y sucesora es juzgada políticamente. La reelecta presidenta de Chile exhibe cifras históricamente bajas de agrado y apoyo, poniendo en riesgo una vez más el mantenimiento de su coalición en el poder. Cristina Kirchner, heredera del liderazgo de su difunto esposo, perdió el control del ejecutivo y fue reemplazada por un representante de una derecha no solo empresarial sino socialmente conservadora. El precario legado de Chávez languidece en las manos inexpertas de Maduro, quien ha transformado la democracia populista de mayorías apasionadas de su predecesor, en una cada vez más desembozada tiranía militarista y violatoria de prácticamente todos los derechos de todas personas.
 

Lejos está la región de encontrar un rumbo de equidad social, estado de derecho, libertad política y esperanza de progreso económico. El socialismo del siglo XXI fue una de las muchas promesas incumplidas en una región con el potencial de convertirse en un mercado pujante y una sociedad equitativa e integrada. El proyecto de la nueva izquierda envejeció rápidamente. No obstante, si sus líderes aprenden de que es imposible el progreso sin equidad y que es imposible acabar con la corrupción sin estado de derecho, tal vez en breve se podrán renovar las esperanzas que la izquierda no supo hacer realidad. 

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