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La ausencia de la madre

16 de Mayo de 2018 a las 17:11

LA AUSENCIA DE LA MADREANABELLE CHACON CASTRO

De la madre se ha ponderado mucho, nada de lo que se diga será suficiente para homenajearla. Su presencia marca la vida de cada ser humano.  En nuestra niñez la necesitamos, al punto que no podríamos sobrevivir sin su presencia, porque somos tan indefensos que no somos capaces de valernos por nosotros mismos. 

En la juventud, la madre se vuelve un estorbo, porque nos dice cómo debemos comportarnos y lo que espera de nosotros.  Invade nuestra privacidad y se me mete con las amistades que tenemos.  Somos víctimas constantes de sus acechos y sospechas.  Tenemos que llegar a ser adultos para entender su conducta y poder reconocer que tenía razón y que su actitud y sus, muchas veces infundadas, preocupaciones eran sólo una muestra de su infinito amor.

En la adultez, la madre es una amiga a la que podemos pedir que cuide a los niños, quien nos presta dinero, quien habla con nuestra pareja para que nos vaya mejor, quien cuida nuestra casa mientras vamos de vacaciones. Quien espera que la visitemos por su cumpleaños, en Navidad o en el Día de las Madres, no porque espere algún regalo, sino porque es la fecha en que nos podrá ver, abrazarnos y decir en silencio que nos ama.

En la vejez, si tenemos suerte y sigue viva, la madre se convierte en un objeto olvidado al que estamos muy ocupados para recordar.  Nos molesta sus defectos, sus limitaciones, sus temas. Las visitas son cada vez mas distantes y breves, tratamos de cubrir con dinero lo que no podemos con presencia.

Cuando ya ha partido, es demasiado tarde para decirle que la amábamos, que su presencia siempre nos ha cobijado.  Tratamos con flores en su tumba llenarla de elogios que nunca fuimos capaces de hacerlo en vida.  Recuerdo que vi a un hombre, llorar como un niño en la iglesia, frente al recuerdo de su madre muerta.  Me preguntaba por qué lo hacía, si en vida nunca le escribió una letra, no la llamaba, no se preocupaba de como estaba, no le tenía paciencia, pero en su funeral lloraba desconsoladamente. Tarde, demasiado tarde para expresar con lágrimas lo que no se hizo con hechos.

Recientemente perdí a mi madre, fue repentino, completamente inesperado.  Me había despedido de ella dos días antes porque me iba de viaje. Cuando recibí su bendición, sentí que no la iba a volver a ver y, desgraciadamente, fue así.  Regresé instantáneamente, en menos de 24 horas de haber partido. Encontré a mis hermanas completamente deshechas.  Era el sentimiento de orfandad, de abandono.  Ese dolor que nos deja la muerte cuando se lleva a alguien que queremos, es ese vacío que nos deja en el alma la ausencia de la madre.  Ese dolor y vacío sentí cuando supe de su muerte, tan inmenso que nunca lo había sentido con nada ni con nadie.  Mi madre se fue y ahora, con todos los años que tengo, soy huérfana. Es como quedarse sin piso. La muerte es cruel, no respeta sentimientos.

Debo confesar que siempre le di guerra, fui la rebelde de la casa, la que rompía las normas, sus normas.  Pero no puedo olvidar que, después de merendar, limpiaba la mesa y se sentaba con todas sus hijas, a la luz de la vela, a hacer los deberes con nosotras. Tenia una letra hermosa y dibujaba muy bien, era hábil para todo.  Nos vigilaba para que todos los deberes fueran impecables. En ese momento dejaba de ser madre para convertirse en maestra. Nos tomaba la lección.  De una en una, para todas tuviéramos Sobresaliente, porque no le gustaba ni los Muy Bueno.  Nos dio hábitos de estudio que hasta ahora me duran.

Cuando revise las cámaras del edificio en que vivía, la cámara que daba a la ventana de su dormitorio reveló algo inusitado.  Los paramédicos que vinieron habían dicho que murió entre una y dos de la mañana.  La encontraron como dormida, sobre su cama, no estaba destendida.  Estaba con su bata de dormir y completamente recta con sus bazos estirados a cada lado.  No había ningún signo de desesperación. Soló su corazón cansado, dejó de latir.  La cámara mostraba que encendió la luz cerca de la una de la madrugada.  La mantuvo prendida por unos quince minutos y la apagó.  Luego comienza una lluvia de luces, tenue, como una garua; y de pronto, un fogonazo de luz pasa, como un cometa. Atraviesa todo el patio y se pierde cuando entra por su ventana, dejando a su paso nuevamente una lluvia de luces que se van haciendo más tenue hasta que desaparece.  Esto dura unos cinco minutos y luego la cámara se queda estática y no vuelve a grabar hasta que aparecen las primeras luces del día.

Cuando les mostré la sorprende escena a mis hermanas, se tranquilizaron.  Su posición inerte, mostraba que estuvo tranquila, el video muestra que apaga la luz, es decir, no sintió miedo. Y la luz que entra por su ventana, mis hermanas -más creyentes que yo- dicen que es nuestro padre que vino a recogerla, porque si alguien la amo, fue él.  En una pareja siempre hay alguien que ama más; y, nuestro padre amó mucho a nuestra madre, más de lo que ella a él. Que descanse en paz.  Chocha Castro, como la llamaban en su nuestra querida Loja.

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