ARTICULO

Invierno con F

15 de Enero de 2014 a las 15:37

Por: Anabelle Chacón Castro

 

Quitarle la V y poner la F

La palabra F (F­-word) es indecible en inglés, porque es una grosería tamaña.  Pero “invierno con F” no se refiere a esa palabra precisamente, aunque no estaría mal decirlo porque la situación lo amerita, sino que es por la similitud fonética entre “invierno” e “infierno”.  La diferencia entre los dos vocablos es una letra que las asemeja y que las diferencia.  Para establecer estas dos, debemos remontarnos al significado de infierno, porque el de invierno está completamente definido en la actualidad que vivimos aquí en Canadá y está por demás mencionarlo.

 

El concepto de “infierno” se contrapone al de “cielo”, al menos desde el punto de vista cristiano que es el que vamos a analizar ya que la mayoría de latinoamericanos lo somos y si se pone esto en el contexto mundial estamos hablando que un treinta por ciento, aproximadamente, de la población mundial lo es.  Primeramente, la idea de “cielo”, bíblicamente, se asocia a la del “paraíso” del que fuimos expulsados por pecadores.  En tiempos más avanzados, pero aún bíblicos, la idea de “cielo” se refuerza con la esperanza de “resucitar” y alcanzar la gloria de la vida eterna.  Hecho que se confirma cuando Jesucristo resucitó y ascendió a los cielos; físicamente, se fue para arriba a reinar junto a su Padre.  Esta es la idea que tenemos del cielo: que está arriba, que está lleno de nubes y sus colores varían entre blanco y azul; y es, por esencia, luminoso y resplandeciente; y, lo más importante, ahí encontraremos la paz para nuestras almas y la felicidad eterna.

 

Pero, ¿por qué es tan importante la idea del cielo?  Simplemente, porque la idea de “infierno” se contrapone a este concepto.  El infierno lo concebimos como un lugar oscuro, lleno de fuego incandescente, brasas ardientes, colores rojo y negro, sufrimientos perpetuos; en fin, todo lo cruel que podamos imaginar y que se nos aplicará para hacernos pagar por nuestros pecados.  Por supuesto, que el infierno –en contraposición al cielo- está ubicado “abajo” en las entrañas del planeta, idea que la reforzó San Patricio cuando se iba a meditar en una cueva subterránea que aseguraba que era la entrada al averno.

 

Como se ve claramente, “cielo” e “infierno” son dos conceptos que llevamos plenamente arraigados en nuestro subconsciente puesto que hemos sido formados con ellos y que se ven reforzados constantemente con las homilías, el arte que adornan las iglesias, la literatura; como para que no nos olvidemos que los dos existen y que al final de los tiempos seremos juzgados e iremos por la eternidad al uno o al otro.  Pero para darnos una oportunidad de redimirnos, y que fue un negocio redondo para cobrar diezmos, surgió la idea del “purgatorio”, algo innovador y completamente brillante, invento de la Iglesia de la Edad Media para vender “indulgencias” y poder “comprar” un lugar en la eternidad.  El purgatorio se vuelve entonces un lugar de transición para las almas que no han sido lo suficientemente buenas para alcanzar la salvación ni lo suficientemente malas para ir al castigo eterno.  Por su salvación, por supuesto, los familiares tenían que pagar para que los rezos logren salvarlos y llevarlos al paraíso.  Además, también que había la posibilidad de evitar esta innecesaria transición, mediante la compra de indulgencias en vida y llegar directamente al cielo.

 

Estas dos ideas de recompensa o castigo no son un privilegio del cristianismo (particularmente del catolicismo), sino que son ideas que conciben también otras religiones, puesto que se vuelve un agente regulador de conciencias para que las personas tengan un referente del bien y del mal.  Sin embargo, estos conceptos que mencionamos ahora, los traigo a colación por el hecho de que forman parte de nuestro inconsciente colectivo, ahora llamado “imaginario”, y que el infierno nos evoca la idea de calor y llamas.  Sin embargo, esto no es más que una idea preconcebida con la cual hemos crecido ya que, seguramente, nadie que la piensa estuvo en Canadá en una tormenta de hielo, con vientos tempestuosos y temperaturas de menos cuarenta.  Nadie que piense en este “infierno” de antaño debe haber pasado una de estas tempestades de hielo y ver la resplandeciente nieve, blanca y ligera; así como el hielo, brillante y pesado; con vientos gélidos que nos rompen el alma.  Todo esto nos trajo una incertidumbre de la fuerza que tiene la naturaleza y que nos somete a un castigo infrahumano donde purgamos nuestros pecados e invocamos el nombre de Dios en busca de su misericordia divina.

 

Bueno, entonces esto nos hace pensar que en la vida todo es relativo y que tenemos que estar conscientes de los limitantes que nos han puesto en nuestras vidas.  Precisamente como esto, que el infierno en un fuego abrasador.  Pues no necesariamente es así, porque esta idea fue formalizada por San Augustín en el siglo IV, cuando escribió su libro “La ciudad de Dios” y redacta una serie de preceptos que hasta ahora rigen, como por ejemplo la del infierno o la idea de que los niños ya nacen con el pecado original y solamente el bautismo los puede purificar, caso contrario si muere el niño sin ser bautizado va derechito al infierno.  Esto, me parece que no es una idea coherente con la del Dios misericordioso que nos presentan.

 

Estamos viviendo el invierno más fuerte de los últimos quince años, porque esto solamente se asemeja al de 1998.  Gracias a Dios no estuve aquí para vivirlo.  Así que para quienes no conocen otra realidad que la canadiense, esta sería su idea del infierno, como lo es para los países escandinavos que tienen la misma concepción ya que de acuerdo con su mitología, su infierno es un sitio que tiene un frío que cala hasta los huesos, mientras que su cielo es un lugar cómodamente caliente.

 

Lo cierto es que el cielo y el infierno están aquí mismo en la Tierra y se los labra uno mismo con sus acciones y si existe otro concepto en el más allá tendría que ser el cielo, para mí, como lo describe Mitch Albom en su libro “Las cinco personas que encontrarás en el cielo” (altamente recomendado, léalo), lo que le haga feliz a la persona sin importar época, sitio o personajes, sino que nos trasladamos por la eternidad a la circunstancia que nos haga completamente felices; obviamente, esto implica que si (por alguna extraña razón) no vamos al cielo y vamos al infierno, tendría que ser totalmente lo contrario y nos ubicaríamos en una circunstancia que nos cause un dolor permanente que nos castigue siempre.

 

Por ahora, todos los que vivimos aquí estamos condenados a vivir (y superar) este invierno (con V o si quiere con F) y, como les digo a mis hijos, si esto es el infierno y tengo que pagar mis pecados… creo que ya tengo un saldo a favor.

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