ARTICULO

PERSONAS DESAPARECIDAS La angustia de la incertidumbre

09 de Julio de 2014 a las 13:46

Anabelle

Por: Anabelle Chacón Castro

En la semana anterior desapareció en Toronto un pequeño niño con sus abuelos y hasta el día de hoy no se conoce nada de ellos.  En estos últimos días, se reporta en Missisagua la desaparición de dos adolescentes.   Conmueve ver las imágenes en la televisión de los padres que suplican por información, que les envían mensajes de fortaleza, amor y esperanza.  La esperanza de que van a encontrarlos.

 

Esto ha traído a mi mente las imágenes que vi cuando cruzaba la frontera tripartita entre Brasil, Argentina y Paraguay que, realmente, se lo puede hacer como “Pedro en su casa” porque nadie pregunta mayor cosa del por qué va de un país a otro y, es más, incluso en Paraguay ni siquiera piden identificación.  Es un punto donde se puede ir y venir con libertad, y yo diría hasta impunidad, absoluta.  Lo cual propicia el contrabando y la trata de personas.  Pero, lo que me llamó la atención fue todos los anuncios de personas desaparecidas.  Una gama impresionante de rostros de todas las edades. 

 

Hace dos años, en mi país, conversaba con una amiga cercana que acaba de sufrir este dolor de tener un hijo desaparecido.  Era una semana que lo llevaban buscando y no sabían nada de él, un muchacho joven, abogado, recién casado, con hijo en camino y un futuro truncado.  Mi amiga esperaba lo peor, pero decía que lo que más le consume es la incertidumbre de no saber qué le pasó.  Los primeros días esperaban un secuestro, esperaban una llamada que nunca llegó.  A la semana, que conversábamos, ya ella solamente quería saber cómo murió, porque así lo aseguraba, así esperaba la noticia de su muerte.  No había otra explicación que justificase su desaparición, solamente oraba porque encuentren su cadáver y saber lo que ocurrió, rogaba que no haya sufrido en sus últimas horas.  Me decía que lo soñaba despierta, qué trataba de imaginar mil y un razones, pero nada era lógico y la conclusión era la misma: la muerte.  No sabía cuánto tiempo debía esperar, porque su corazón de madre le decía que toda la vida, pero su condición de suegra y futura abuela le decía que debía decidir por un funeral imaginario con un cenotafio para recordarlo y poder creer que su cuerpo ya descansa en paz.  Un par de semanas más tarde, ya de vuelta a Canadá, supe que encontraron el cadáver, tirado en una quebrada, molido a palos, sin identificación; su auto nunca apareció, se presume que ese fue el motivo.  Por terceras personas amigas, me enteré del dolor inconsolable de su madre y su familia.  Se acabó la angustia de la incertidumbre y la sustituyó el dolor inmenso de una pérdida irreparable.  Pero al menos se cumplió lo que ella pedía, saber lo que pasó así los dos pueden estar en paz; él descansando en su tumba en vez de cenotafio y ella visitándolo, sabiendo dónde está.  ¿Cuántas personas no tienen esta suerte? Y viven en la angustia de no tener noticias.

 

En el mundo muchas personas desaparecen, simplemente se desvanecen, como si nunca hubiesen existido.  Los motivos son totalmente irracionales, porque siempre hay un culpable para que esto ocurra; acciones cobardes que privan de la libertad y de la vida a personas, por las razones más bajas.  Casi nunca se dan los finales felices, siempre los desenlaces son fatídicos.  Pero lo que más duele es ese tiempo de espera que se vuelve interminable, angustioso, desesperante, doloroso: la incertidumbre, que va desde la esperanza hasta los maleficios.  ¿Cómo vivir con eso? No se puede, porque cuando una persona desaparece físicamente, muchas desaparecen emocionalmente con ella y son la familia que los busca.  Se queda un vacío total que nadie, ni nada llenará, solamente lo hará el desenlace final, si se tiene la suerte de que lo haya; porque sino la incertidumbre estará siempre ahí.  Mi solidaridad con las familias de los desaparecidos.

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